viernes, 31 de diciembre de 2010

El Paco, Milka García





El Paco

Autora y lectora: Milka García (Maracaibo, 1983)
Estudiante de la Licenciatura en Letras, Universidad del Zulia, Venezuela.

Una aldea en el desértico valle de una montaña se alzaba pobremente casi del polvo. Sus cuarenta casas viejas se alineaban en círculo alrededor de una plaza poblada de altos árboles y revoloteantes palomas que dejaban sus plumas por doquier. A un costado de la plaza se alzaba el sacramental edificio que constituía la iglesia contrastando con el orden ruin en el que se elevaban las demás fachadas –mercado y hospitalucho incluido-.

La familia más pudiente de esta aldea había construido su casa al otro lado de la plaza. La casa era modesta y muy amplia; en la entrada burbujeaba una pequeña fuente de la que solía manar un agua muy fría.

Paco levantó la mirada hacia la fuente de aquella casa. Tenía tanta sed. Sus ojos se posaban sobre aquel torrente de agua clarísima, fría, quizá dulce. Su sed le nublaba el pensamiento, le hacía recordar vagamente la paliza recibida el día anterior.

Nadie en la aldea reparaba en Paco, salvo las palomas que él mismo ahuyentaba a ladridos, correteando e intentando morder y un viejo carnicero que de vez en cuando le traía los huesos sobrantes del mercado. No poseía privilegio alguno, sólo el frío pasto debajo de un banco y el anhelo de aquella agua helada.

Esa tarde la aldea estaba solitaria, en la plaza habían desaparecido los peatones. Brillaba un sol rutilante en la cima del cielo.

Después de haber correteado toda la mañana a las palomas y escarbado debajo de un árbol en busca de un hueso olvidado que roer, Paco, estaba sediento. Parecía tener fiebre: respirando rápido, jadeante y con toda la lengua afuera chorreando baba.
En su cabeza debía gestarse un plan para calmar su sed.

Así, debajo del banco, erguida la cabeza y las orejas, miraba fijamente su objeto: el agua correr de aquella fuente ¿Cómo poder salvar esa prohibición de entrar en aquel patio con sus “cochinas” patas llenas de barro a beber? ¿Acaso en lo profundo de la mente pudo su obscura psiquis fabricar un plan?

Lento, agazapado y con el pelaje revuelto se fue acercando a la casa. Cruzó la calle. Del mismo modo se pegó a la cerca. Sigiloso consiguió entrar en el patio. Su olfato agudísimo le indicó la ausencia de personas cerca de la fuente. Creía poder llegar alzándose sobre sus patas traseras y beber.

Sin duda llegó. Se apoyó en el borde hundiendo el hocico antes de lamer (ambas patas delanteras dentro del agua).

¡Agua! ¡Por fin! Aunque no tan fría como había imaginado mojaba su lengua, bajaba por su garganta ¡Le refrescaba! Bebía a ojos cerrados.

- ¡Zape! Perro inmundo – gritó la mujer propinándole un escobazo – Esos vagabundos, sucios…

Paco se alejó de la fuente gruñendo y mostrándole sus punzantes dientes. Una vez fuera (cabizbajo, cola entre las patas, orejas gachas, ojos airosos y costillas adoloridas), fue a refugiarse debajo de su banco en la plaza.

Satisfecho, refrescado, había logrado vencer su sed. Sólo faltaba su hambre.


Publicado originalmente en http://melcopoesiamusical.blogspot.com